yo pensaba que el día que murieras iba a ser un día feliz. poder ponerte mil nombres despectivos y denigrantes, escupir tu tumba y decirte que te lo tenés bien merecido. pensaba que iba a ser un consuelo este día, en que no por mi mano ni por la de ningún rencor sino que de viejo y podrido te iba a llevar la muerte. pero no. no hay consuelo. no hay mancilla ni insulto que alcance y ni la burla de celebrar tu muerte puede consolarnos de todo el daño que causó tu paso por esta tierra.
un favor, ya que nos negaste tanto: no vuelvas, no vuelvas nunca.
viernes, mayo 17
domingo, mayo 12
Reseñar, obligación de todo escritor
Estoy armando una reseña para una revista y eso me recordó que, tiempo atrás, mucho tiempo atrás, me pidieron una reseña los muchachos de la Vox Virtual. No sólo eso, la publicaron. Entonces yo no tenía nombre siquiera y me hacía llamar de otro modo: Clara Otero, quién sabe por qué. En ese entonces reseñé Historias Polaroid, de Luis Chavez. Uno de los grandes méritos de la reseña, si alguno tiene, es incluir varios excelentes poemas de Chavez.
La encuentran aquí: http://www.paginadigital.com.ar/articulos/2002rest/2002sext/literatura/vox29-7.html#chavez
La encuentran aquí: http://www.paginadigital.com.ar/articulos/2002rest/2002sext/literatura/vox29-7.html#chavez
domingo, abril 21
La Gran Inundación
Siempre
llega la mañana,
justo a tiempo.
Daniel Melero
Ya pasó una semana y
dos días. Vuelve a llover, una lluvia mansa que llena el patio de pájaros
bajando a cazar lombrices, entre los pilones de fotocopias, libros, revistas
que la inundación mojó para siempre. La lluvia es suave pero lo que el cuerpo
recuerda no. Ha de pasar mucho tiempo hasta que la lluvia mansa nos sea mansa, hasta
que no sintamos el miedo de lo que puede ser la lluvia, la lluvia cuando quiere
y las ciudades han crecido pero quienes las edifican no.
En medio de la
oscuridad apenas iluminada por una vela y una linternita de juguete azul, las
ideas son poco claras y uno salva cosas inverosímiles: una caja de pañuelos
(que bien me vienen ahora, que no paro de llorar), un mouse que ya no funciona
y un montón de diskettes para un cpu que quedó bajo el agua,
Pero la primer noche,
nosotros, que bajo quién sabe que claridad tuvimos la lucidez suficiente como
para ir salvando el colchón sobre bancos apilados sobre sillas, pudimos dormir
sobre nuestra cama sucia y nuestro colchón casi seco. La primer noche, mientras
agradecíamos esa calma de poder irnos a dormir en nuestro colchón, nuestra cama,
incluso con la casa hediendo, dada vuelta, sucia tan sucia, muchos otros
dormían bajo techos extraños, porque ya no había un techo propio. Otros dormían
bajo el agua, o en un cajón para siempre, tan húmedos que parecía una tarea
imposible cremarlos. Sin embargo hacer desaparecer los cuerpos que no debían
estar ahí era necesario, y se los hizo arder, recordando prácticas de épocas
anteriores, cuando los cuerpos también debían desaparecer.
No puedo más que ponerme a escribir, para sacudirme esto de
encima, y para que en el relato quede el recuerdo de lo que pasó, para que
cuando las casas sequen quede este texto mojado, cuando los cuerpos ardan quede
este texto ahogado, para que cuando todos olviden, o recuerden menos, quede
esta memoria.
Me cuentan que hubo
chicos que lo único que salvaron cuando tenían que irse de sus casas porque el
agua lo tapaba todo fueron sus mochilas de la escuela, que días después no
sufrieron la vergüenza de no tener útiles, u hojas o la tarea de la semana
anterior. Me cuentan que hubo hombres que no podían reponerse del horror de
haber atado cuerpos a las rejas de sus casas para que los muertos no siguieran
nadando inanimados y se perdieran en las boca de tormenta, como muchos otros.
Me cuentan que unos hombres salvaron a otros hombres, tendiéndoles la mano en
medio de la oscuridad para resguardarlos en la seguridad de un árbol; y que
mujeres tendieron sus cuerpos atados a sogas para que otras mujeres y sus hijos
subieran a la seguridad de los techos en la noche. Me cuentan que unos se
gritaban a otros, subidos a los árboles de las plazas, para no dormirse y que
en el sueño plácido se los llevaran las aguas. Me cuentan de medianeras
derrumbadas que ya no separarían un patio del patio de los vecinos porque los
vecinos desaparecían bajo ellas.
Camino por el barrio y
busco en la geometría de las fachadas de las casas la línea que dibujó el agua
con barro y aceite y pedacitos de árboles y, diez días después ya no está. Pero
yo sé que eso pasó. Lo saben los hombres y las mujeres que exponen sus muebles
a la mirada de todos para que sequen, y que cuando empieza a caer el sol dicen
“entrémoslos, mañana será otro día, dios quiera que haya sol”. Lo saben los
hombres y mujeres que sacan a la mirada de todos, indiscretos, sinvergüenzas,
los desechos de lo que era su pasado, sus recuerdos, sus fotos y cartitas de
amor, sus ropas viejas llenas de agujeros y sus vestidos casi nuevos que usaron
tan sólo para el casamiento de… ¿te acordás? Esa noche tampoco había sol pero
qué bien lo pasamos. Lo saben los chicos, que no entienden sus juguetes
abandonados en el cantero de la vereda ni el reto de mamá ¡no toques eso! Eso
que eran sus juguetes y de algún modo ya no. Lo saben también los que sentados
en el trabajo miran los papeles y les cuesta no pensar en el agua, en la
lluvia, no asociar subsuelo con “cuánta agua les habrá entrado” sin importar
que estén hablando de un subsuelo en Buenos Aires o en Timboctú, quién sabe si
lloverá en Timboctú, quién sabe si las lluvias allí serán tan violentas como
acá, que se llevan todo, los recuerdos, los muebles, la gente y sus perros. Lo
saben los pibes sentados en el escalón de afuera de la vereda, mientras sus
madres esperan a que les den un bidón de agua, uno de lavandina, un poco de
ropa, algún colchón si hay suerte. Lo saben esos que se llevó el agua, sus
cuerpos lo dicen, ¿no lo ves? Sus cuerpos hinchados, abandonados en cualquier
posición, en cualquier lado, contra un árbol, en un automóvil convertido en
pecera, sus cuerpos flotando en el fondo de los desagües.
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