domingo, mayo 27

Una noche de Bardo con Dubin


La noche había sido todo lo que esperábamos, hasta que fuimos a lo de Anibal.Iba todo bien: las luces de la sala eran perfectas, dirigidas hacia donde las necesitaba para que las sombras y los tonos y los fondos de las fotos dijeran lo que quería que dijeran. La escenografía era maravillosa también, tan acorde a ese pasado resucitado, reformulado, nostalgioso. El espacio dividido en tres: la zona de recite, la zona del show musical, la zona de presentación, y Dubin con la copa de vino en la mano, que iba y venía entre los tres espacios cada vez más ebrio y amoroso. Un hombre maravilloso gritó desde su butaca, desde lo oscuro de las butacas de arriba que él también tenía un libro, que Dubin no se iba con las manos vacías.
Pero no se hubiera convertido en la historia que hoy, tanto después recordamos, que se ha convertido en mito, si cuando salimos, cuando ya quedábamos los firmemente decididos a emborracharnos (para que la noche no quedara así) desbandados, no hubiéramos ido hacia lo de Aníbal. Cómo contar cómo es lo de Anibal. Con ese antro fantástico perdido para siempre, se hace difícil describirlo a quienes no lo conocen. Un entrepiso de madera blanca le abajaba el techo. Detrás de la barra de zinc en L supo haber un tiempo un televisor viejo de caja símil madera con las carreras de caballos, los parroquianos asomados y cagándose de risa, a los codazos, las manos apoyadas en el hombro del otro, hablándose cerquita de la cara. Sobre el fondo la luz fluorescente de la cocina, azulejos blancos/ocre y a un lado el horno pizero. Aníbal, pelo blanco engominado hacia atrás, guardapolvo manga corta celeste, semisonrisa en los labios y los ojos más galanes más celestes que pudieras mirar. A media cuadra de gobernación. Me pregunto cómo sería el tipo cuando se ponía bravo. Para manejar un lugar así, tenés que ser bravo. Se manejaban códigos ahí adentro que nunca conocí. Todos sabíamos que estaban, pero a nosotros, a los turistas universitarios que nos juntábamos ahí para hacernos populares, a nosotros siempre nos trataban polite. A Aníbal, si alguna vez se puso bravo, nunca lo ví, la semisonrisa siempre.
Esa noche éramos muchos, cerca de quince. Nos acomodaron una mesa atravesada a lo largo del salón. Nos vimos forzados a dividirnos entre la hinchada de universidad de chile de adelante y los paraguayos del libertad de atrás. Cerveza piza, qué buenas pizas dijo alguien sin saber que el aspecto del boliche no tenía nada que ver con la calidad de la piza. Dubin pidió pepsi para la mujer ¿light tenés? y el mozo ¿hijo de Anibal? se disculpó, buen muchacho, en vez de reírsele en la cara.
Tanto tiempo después los recortes de la noche son los que se grabaron. Flavia, reina de corazones sentenciaba que lo manden al sicólogo. Hablamos klingon saludamos en vulcano declinamos élfico. Esa misma noche ideamos un artículo sobre Harry Potter la creación de nuevos lectores y el consumismo. Esa noche, los tango villero regalaron unos temas, en un momento, a pedido del homenajeado, pelaron las guitarras y pidiendo permiso a Aníbal, cantaron dos tangos que los parroquianos de la barra seguían haciendo mímica y chistando a los paraguayos que habían quedado atrás y que miraban a los gritos videítos en el celular. CHssT. Ahora con su permiso vamos a hacer una que sepan todos. Y coreamos, borrachos como estábamos, una cumbia villera de los pibes chorros al son del tango y que ya ni me acuerdo cuál era. Un tipo grandote, campera de cuero tachas y toda la parafernalia de un buen arquetipo tomaba una imperial con la novia y cantaba emocionado rockeándola con la cabeza encrestada, rapada por los costados. Después se nos vino a la mesa un tipo desdentado de arriba y con los dientes curvadísimos de abajo, el pelo blanco medio largo y algo rojo puesto, un chaleco creo, arriba de la camisa. Nos pidió permiso porque él también quería a su humilde modo cantarnos un tango a capella. La sonoridad inesperada que sacaba ese tipo, la mitad del comedor la suplía con gesticulaciones. Cantaba bien. Un rato después nos vino a recitar un poema a las chicas, y como había revuelo porque algunos de nosotros se iban, le interrumpían el recitado, nos saludaban por el medio, se enredó y terminó recitándonos un poema que nos repartía a Flavia, a mí, y al gaucho Dubin (a quien mirándo a los ojos le dijo emocionado mañana te querré). Siempre me pregunto cuánto habrá de burla en esto que hacemos de ir a lo de Aníbal, cuánto de morbo, cuánto de curiosidad o de pertenencia genuina a esos submundos de tipos que te miran un poco con recelo y después de un rato se te sientan a la mesa a contar que esa noche habían ido a la trastienda y que todo cuarenta, a cantarte un tango, a reírse un rato. Me pregunto si no es eso mismo lo que hace que Dubin escriba de esos tipos, que los ubique dentro de su mirada, que los lleve a otros lugares. Esa noche, de la que nadie había hablado hasta ahora, tanto tiempo después, de la que pocos supieron, los que estuvimos ahí, los que estuvieron y nada de nosotros les importa, fue todo lo que tenía que ser, un poema más de Dubin, desdentado, curda, cercano.
Después me fui, pasé caminando por esa zona tumbera que se solía armar ahí los findes a la noche, a media cuadra de gobernación, con los pibes que iban a un boliche cabeza, por la plaza sanmartín, y por la 7, hasta que conseguí un taxi. Me fui curda, como correspondía, pero sin quebrar. De vuelta en el taxi incluso pude conversar con el chofer haciéndole notar lo concurridas que estaban las calles. Sí, me contestó, parece que mañana es feriado. Le sonreí, le pagué me bajé del taxi deseándole buena noche. Mañana ya era 25 de mayo, nublado y patrio, como tenía que ser.